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sexos y fobias

Mi llanto

Lloré cuando se quemó El Liceo porque sentí que algo de mi cultura y de mis sueños se hacía humo. Lloré de emoción en la inauguración de las Olimpiadas de Barcelona porque no cabía en mí de orgullo ante tanta belleza. Se me saltan las lágrimas cuando en algún Diciembre puedo, de nuevo, enfilar La Rambla en dirección al mar y toda la luz del sol bajo se posa y se cuela entre tanta flor esparcida por el bulevar. En esos momentos no hay mirada más derretida que la mía, cuando siguiendo el paseo enfilo la entrada de La Boquería, el mercado donde Gaudí se hace puesto.

Lloré con el atentado de Hipercor porque ellos eran mis muertos. Lloré cuando alguien dijo que nosotros no somos sus muertos, es más, ese alguien fue a facilitar que hubiera muertos de aquí a cambio de los de allá.

Aplaudo con entusiasmo los nuevos vinos del Priorato y lloro de rabia cuando desde la más alta Institución Catalana se financia una campaña que dice: Rioja, no gracias, y los catalanes callan y cumplen la recomendación.

Lloro, porque recuerdo como si fuera ayer el salto y el grito de algo más que alegría que dimos todos cuando Samaranch dijo: Barcelona.
Lloro de indignación cuando alguien de allí dice que Madrid 2012, tampoco y esta vez sin gracias

Lloro, porque me están culpando de las tropelías de Franco, llamándome castellana opresora e imperialista, echándome en cara que en sus escuelas les pegaban por hablar catalán, como si andaluces, castellanos, extremeños, asturianos, vascos, valencianos, aragoneses, navarros, canarios, mallorquines, murcianos, cántabros, gallegos no hubiéramos todos sufrido la opresión franquista. Personaje que además no era castellano sino gallego.

Lloro, porque nadie parece querer acordarse de que fue un castellano de Avila quien encabezó la marcha de la Transición, seguido de catalanes, vascos, gallegos, andaluces, extremeños, castellanos, valencianos, asturianos, cántabros, aragoneses, navarros, mallorquines, canarios para borrar de una vez por todas ese tiempo oscuro y miserable y darnos una Carta Magna dónde todas las lenguas, culturas e ideologías de esta tierra de todos, tuvieran cabida. Lloro de impotencia porque no encuentro dónde está la opresión, intolerancia y vejaciones de los últimos 25 años.

Lloro, porque mientras la mayoría de los que habitamos esta tierra de todos nos enorgullecemos y alegramos de la prosperidad y libertades alcanzadas, hay una minoría que quiere ser más que el resto; tener más derechos, menos obligaciones, menos solidaridad.

Lloro, porque esa minoría necesita, para tener razón de existir como nación, que España desaparezca en un conglomerado, que no sé como querrán que se llame, de comunidades más débiles y más pobres que las suyas

Lloro, porque si esa minoría consigue no ser parte de España, mi hijo será considerado castellano hostil, opresor y enemigo y él nunca podrá llorar de emoción al enfilar La Rambla una mañana de invierno.

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